Lo esencial es invisible a los ojos

José Antonio Iniesta

Lo esencial es invisible a los ojos. Es una de las frases más hermosas que he leído en mi vida, de “El Principito”, la grandiosa obra de Antoine de Saint-Exupéry. Un libro que, por desgracia, los niños no alcanzan a comprender el verdadero mensaje que encierra, y los adultos no llegan a entenderlo porque piensan que es un libro para niños.

Pero millones serán a lo largo del planeta los que siendo niños tendrán la madurez necesaria para entender lo que expresa, y seguramente muchos adultos que todavía tienen una parte de la esencia del niño que fueron para descubrir el prodigioso mensaje que este libro guarda.

En verdad, lo esencial es invisible a los ojos, está a otro nivel, más allá de una frontera, que solo el espíritu es capaz de comprender, porque no necesita pagar tributo en ninguna aduana.

Lo esencial es invisible a los ojos, se descubre en ocasiones con los ojos cerrados, como cuando después de toda una vida de desear ver Machu Picchu, me senté en una de las terrazas de este santuario de piedra, cerré los ojos, e incomprensiblemente toda la belleza estaba en ese fondo oscuro de mi mirada, porque la energía del lugar entraba por cada uno de mis poros, me estremecía, y solo se vio interrumpido ese momento por el honor que se me concedía de entrar en el círculo interno de una ceremonia maya para que invocara al espíritu del viento.

Nada que sea verdaderamente importante puede percibirse de otra forma distinta a la mirada interior, a la de nuestro ser más profundo, aunque sea con los ojos abiertos. Lo que vemos es otra cosa diferente a lo que ven normalmente el común de los mortales, es un ramalazo de vibración eterna que conmueve, al descubrir que lo más sencillo de la vida que nos emociona es lo más importante, que nada nos llevaremos más que esos momentos únicos en los que nos hemos sentido diferentes, a punto de volver a nacer o morir, al sentirnos como nuevos, renovados, únicos, en un proceso que trasciende.

Lo esencial es invisible a los ojos, pero hay uno, invisible, entre ceja y ceja, que ve más que cualquier otro.

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