Sigue estando tu vuelo imaginado

José Antonio Iniesta

Y sabiendo que algo se va muriendo lentamente, como de pena o de espera interminable, de sueños perseguidos y miradas tristes en la ventana, por esta horrible pesadilla con nombre de pandemia, siempre queda el espíritu del recuerdo que no deja de volar y se entrega a la voluntad del hábito y la nostalgia para recorrer el laberinto de las calles de este pueblo emocionado, siempre en la dualidad, como es propio de la naturaleza humana, pero de corazón abierto a sus viejas tradiciones, para volver con el alma del niño que sigo siendo hasta la puerta de una ermita situada en lo alto de un cerro, antaño de calles de pura piedra, en las que jugábamos a derribar con los tejos los muñequitos escondidos que habíamos comprado en el carrico de “Pepera”.

Y con el dolor y la amargura de ver que todo lo que fue va desapareciendo, me entrego al recuerdo y al amor inquebrantable de un arcángel con cara de niño, San Rafael bendito, que siempre estuvo en el comienzo de mi existencia desde el primer momento. Es talla policromada venerada, es patrimonio del arte y símbolo de la liturgia, y es, en la pura esencia, un miembro más de mi familia, pero es infinitamente más que todo eso todavía, es certeza de esencia angelical en el vaivén de todos los cúmulos de estrellas, es mensajero divino y protector que tantas veces ha hecho prodigios consumados, los que se guardan en silencio, los que habitan y lo harán por siempre en el más recóndito desván de mi memoria.

Hoy el llanto es más profundo si cabe, más intenso todavía que la celebración que cada año afianza el lazo que nos une a todos los hellineros con este caminante de la Tierra y del Cielo, eterno peregrino para salvar almas en retorcidos destinos, sanador a tiempo completo y protector de una ciudad que nunca dejará de ser nuestro pueblo. Hoy hay una pena más que profunda porque la tradición se celebra a medias, la ofrenda se hace con un corazón encogido por la duda de los tiempos venideros, la sombra de una plaga casi bíblica que no entendemos y la tristeza, que siempre es un pozo insondable que no se llena, por tantos seres queridos que ya se nos habían ido y por todos los que ahora se los lleva un virus letal que ha cambiado completamente nuestras vidas.

Y, aun así, sigue estando tu vuelo imaginado, divino San Rafael Arcángel, mensajero de la luz y la medicina. Como si fuera ayer, miro el fondo oscuro entre la pared y el viejo retablo de tu ermita, y creo que vienes del remoto Cielo para alumbrar tanta oscuridad como a veces ofrece la vida. Sigo sintiendo el amor con el que mi madre te cuidaba, aunque hace años que ya se fue contigo, y no hay paños en el mundo entero para secar las lágrimas al recordar tanto espíritu fraternal entre los antiguos vecinos, la blancura de la cal al encalar las paredes para recibirte, los vítores cuando girabas para alcanzar la calle Virgen y pasar por delante de la casa donde vine al mundo. No se puede medir el dolor que une la pandemia, los recuerdos que laceran y la muerte de los que nos dejaron, como tampoco el inmenso amor que desprendes y tu luz, que nos conmueve…

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