La geometría sagrada se manifiesta en la naturaleza

José Antonio Iniesta
José Antonio Iniesta

José Antonio Iniesta

Escritor e investigador

Año Mago Espectral Blanco.

12 de la Luna Cósmica de la Tortuga.

Kin 241. Dragón Resonante Rojo.

Portal de Activación Galáctico.

C. G. 8-7-04

Que no sea revelado nada que no se corresponda con la verdad, nada que no responda al verdadero latido del corazón, al propósito primero y único de los guardianes de las grandes bibliotecas ancestrales, de la biblioteca verde de la selva amazónica.

Todo lo que se manifiesta es en su origen Luz y Sonido, surgiendo de la Fuente Primera y Última, Alfa y Omega. He visto a la luz edificar los reinos de lo manifestado, en el astral, a través del movimiento del sonido, de la música, de los himnos, que van levantando columnas y cúpulas, inmensos edificios, más grandes que cualquiera de las obras humanas realizadas en el pasado, en el presente y en el futuro. Como si el aire fuera agua, y el agua hielo, y el hielo sustentara la más gigantesca de las construcciones. Pero no era aire, ni agua, ni hielo, sino el puro sonido dando forma a escaleras interminables que me llevaban hacia arriba sin cesar, contemplando, a izquierda y a derecha, torres con el aspecto de blanco marfil, ruedas inconcebibles por su tamaño, girando y girando. Y en todo lo que abarcaba la vista, a lo que me acercaba en ese vuelo constante en el que el sonido que escuchaba era subir, subir, subir… había interminables balcones en los que los seres de la naturaleza y los ángeles cantan eternamente la gloria de Dios, la de la Luz, del Cosmos y sus misterios.

Luz y sonido son una misma esencia, con aparente distinta manifestación, por lo que, aunque parezca una paradoja, el sonido puede plegarse, doblarse, adoptar toda clase de formas, hasta convertirse en fauna y flora, arquitectura y los más sobrecogedores paisajes. Somos cada uno de los seres creados un sonido incesante, una frecuencia, una vibración. No sólo son los átomos los que vibran y manifiestan la materia, es la propia frecuencia que nos ha sido concebida la que pulsa la nota adecuada para ser lo que somos, convirtiéndonos en música celestial u horrible composición que daña los oídos del alma.

Allá donde estuve, el sonido es eterno: siempre estuvo y siempre estará. Los himnos son cantados constantemente. Están grabados en la esencia de la vida, en la manifestación de los diversos reinos. No existe el tiempo, sino el Eterno Presente. Pasado, presente y futuro sólo son un espejismo de la mente.

Hay una inmensa diferencia entre lo que es el Universo creado a cada instante, con los maravillosos reinos de la Luz y el Sonido, y lo que percibimos como realidad en la tercera dimensión. Ninguna luz ni sonido que conocemos se acerca ni por asomo a lo que allí se percibe, lo que ven los ojos del alma, lo que transita el cuerpo de luz cuando abandona el cuerpo físico y la materia, por más que éste sea testigo, de una forma que no acabo de comprender, de todo lo que supone un viaje a través de la Luz, después de cruzar las puertas blancas y doradas, nácar de perla y titilar de estrellas, de una ciudad de luz que estando en el mismo espacio y a la vez que la realidad material que percibimos, no está ni en este espacio ni en este tiempo, porque pertenece a una dimensión en la que espacio y tiempo no existen, tan sólo responderían a un espejismo de nuestra mente, el vano intento por interpretar algo que va más allá del tejido y flujo espacio-tiempo.

El sonido moldea la luz y la forma maravillosa de las infinitas estructuras que adopta, la luz sustenta el sonido y lo convierte en mundo habitado. Y en ese baile constante, en ese balanceo interminable del océano de las energías, los seres que viajan al otro lado unen la energía de su espíritu para navegar a través de un oleaje incesante, que se mueve con el signo del infinito, de las ondas, de las espirales.

Así es el lecho plácido por el que uno se mueve, y es así como se manifiesta la materia en la multiplicidad de sus formas, a través de la medida y del movimiento.

Los grandes símbolos que han reflejado durante años los que han viajado a través del espíritu sagrado del Santo Daime, de la ayahuasca, en los templos, sobre paredes, en papel, por medio del proceso creativo, son los que constituyen el océano de luz en el que se produce el gran viaje, cuando las puertas se abren, y todos a un mismo tiempo, pues de eso se trata, se embarcan en el velero de la luz colectiva.

Esos símbolos que vienen de las estrellas, que están guardados en las grandes bibliotecas celestiales, en las físicas y etéricas de la Tierra, han iluminado a las grandes civilizaciones, han sido utilizados por las grandes religiones, se convierten en arquetipos y mandalas, en signos de infinidad de culturas y tradiciones, de prácticas mágicas y escuelas iniciáticas.

Ahora comprendo tantas cosas que antes no entendía. Por qué leía que los serafines cantan constantemente la gloria de Dios, por qué los trajes de los magos arquetípicos, como Merlín, llevan en sus atuendos lunas y estrellas, por qué el universo es mental y nuestra vida es creada en la medida de lo que pensamos y sentimos, por qué la espiral se manifiesta con tanta insistencia en la naturaleza, por qué la matemática se refleja en la naturaleza… Y así tantos y tantos otros enunciados intuidos o comprobados, pero que cuando responden a la visión interior, al vuelo que no cesa, se revelan con una proporción sin límites…

Los ángeles, y desde ellos hasta el último de los nueve coros, cantan a la vida, al proceso constante de la Creación, pues su canto es en sí el creador de las múltiples realidades que conocemos. De las bocas de los seres humanos surge sin cesar geometría, que es la manifestación, aunque invisible para los ojos normales, de la creación constante de nuestra realidad. El sonido es geometría sagrada, mandalas puros que llevan en su interior la esencia matemática de la frecuencia de la luz. Así sean nuestras palabras, así será el color y la forma de la geometría que surja de nuestra garganta. Esa geometría construirá el edificio de nuestra realidad, por lo que sabrá edificar con maestría el mayor y más hermoso de los palacios o la más oscura y sucia de las cloacas. Podrá edificar un sueño maravilloso que nos agradará de por vida o la peor y más insufrible de las pesadillas.

La propia enfermedad, los trastornos que pueda sufrir nuestro cuerpo, nuestra mente y nuestro espíritu, son el resultado de un desequilibrio, de una deformación en la magistral estructura de los edificios de luz que constituyen el organismo, que dan forma al diseño programado de nuestra mente, y a la manifestación espiritual a través de siete luces gloriosas primarias que han de brillar con sus mejores galas, sus colores, para que  cuerpo y mente se desarrollen en la armonía plena que le concede el Cosmos.

He visto esos edificios enormes que al ser construidos con infinitas piezas de un mecano luminoso, piezas troqueladas y taladradas de una forma especial, geometría variopinta según el propósito de la construcción, van dando forma a los átomos, a las moléculas y a cualquiera de los elementos orgánicos que posteriormente se manifestarán en los distintos reinos de la naturaleza.

Pero en su origen, todo es luz y sonido, de ahí esa afirmación de que todos, de que todo, somos uno. Poco nos diferenciamos en el modelo energético primario de una pulga, de un abedul, de un ángel o de una galaxia, por más diferentes que seamos en nuestra manifestación posterior, que responde al propósito de una evolución concreta.

Cuando ese patrón energético previo a la manifestación física se ve alterado por un desequilibrio del espíritu, los edificios se derrumban, o son cortados por inmensas o microscópicas radiales de luz, según se entienda, según desde donde se mire, y entonces, poco o mucho después de que venga el desmoronamiento energético, el trastorno de la Luz, debilitada por la oscuridad, se produce el trastorno físico, que daña tanto el cuerpo, como la mente, como el espíritu.

La geometría sagrada, que es la manifestación de la luz y del sonido, se convierte así en el patrón energético que configura la multiplicidad de todo lo creado, en cualquiera de los universos existentes, en las galaxias donde se requiera un proceso determinado, en el sistema solar, estrella, planeta o minúsculo grano de arena donde la existencia cobre forma.

Hasta lo que consideramos inerte tiene vida, y palpita su conciencia de ser creado por Dios, el Sumo Creador, la fusión de todos los sonidos y todas las frecuencias, de todos los colores y de todas las formas geométricas. Por eso fue llamado el Gran Arquitecto y el Gran Geómetra, por eso no hay expresión más cercana a la de su esencia que la del Gran Matemático, pues la frecuencia es número, el número es geometría, y la geometría es construcción constante.

La naturaleza es la expresión sublime del más grande de los artistas. La paleta de pintor de Dios tiene todos los colores que puedan ser imaginados, y en su corazón de esfera en la que el No Tiempo palpita sin cesar, están todas las formas geométricas que han sido concebidas de acuerdo a las secuencias de frecuencias, en relación a las progresiones matemáticas que van del vacío al infinito, sorprendentemente una misma cosa.

La naturaleza, con todos sus reinos físicos y astrales, es una gran obra del más grande de los visionarios, el Único y verdadero Ojo que todo lo ve, el del Padre Creador y Amoroso, pues por puro amor, como síntesis de todo lo que Fue, Es y Será, crea constantemente para el placer constante de todas sus creaciones.

Esos cánticos, esos himnos eternos, son la expresión sublime y más representativa de su creación, convirtiéndose en magistral arquitectura, con reglas precisas, basadas en la armonía, en el ciclo, en el movimiento, en la paz, en la alegría, por encima de todo, la alegría…

En el aparente caos que suponen las lianas de la selva, retorciéndose de un lado para otro, en la muerte constante de las hojas, que forman un lecho blando y putrefacto, en el supuesto azar que elige entre la vida y la muerte el proceso que en cada segundo ha de desarrollarse, no hay más que armonía, un constante ciclo del día y la noche, de la luz y la oscuridad, del calor y el frío, de la interacción entre Macrocosmos y Microcosmos, que hace que todo responda a un propósito último e inimaginable: la alegría.

Vi bailar a las lianas, en sus formas astrales, que me hablaron del Kuxam Suum, el cordón dorado de luz que comunica, senderos en espiral que conducen al centro de la galaxia y hasta el último rincón de cada uno de los universos, así como al conjunto de todas las dimensiones que sustenta la esfera de la creación, el Infinito en expansión constante.

Hay dos naturalezas en la misma, como estado primario de acercamiento al misterio: la manifestación física que conocemos y su naturaleza luminosa. Igual que los seres humanos manifestamos la rigidez de nuestros miembros, la pesadez de nuestras estructuras, la densidad de nuestra materia física, y a un mismo tiempo somos seres de luz que podemos viajar a otras dimensiones a una velocidad incomprensible para una mente humana racional, así existe un cuerpo de luz de todo lo manifestado físicamente.

Las lianas bailan sin cesar, y se retuercen con sumo júbilo, moviendo sin cesar sus cuerpos luminosos del reino astral. Siguen los movimientos de la energía constante, los flujos de ese océano de luz que recorrí con mis pies primero, luego con mis manos, luego con el cuerpo físico en conjunto y luego con el propio cuerpo de luz, que es el que mejor navega en la corriente marina del universo inabarcable de la luz y el sonido.

Las lianas, como los troncos, como cada una de las ramas, como la más pequeña de las flores, sirven a un propósito colectivo, a un alma grupal formada por muchos grupos o clanes de seres, familias que habitan los distintos reinos y subreinos.

En la aparente lucha entre especies diversas, sean del reino vegetal y animal, sean de los propios reinos astrales, con sus mundos habitados por los seres de la naturaleza, duendes, gnomos y hadas, entre otros muchos seres, hay un acuerdo tácito entre todos para responder al principio de la armonía en la creación.

Por eso me explicaron cómo las lianas crean continuamente una maraña interminable en la selva. No es sólo por sus fines propios de supervivencia, por alcanzar sus objetivos recorriendo la espesura a su antojo, sino para afianzar el tejido vegetal, la urdimbre de materia y energía que se ha ido desarrollando durante miles y millones de años. Sólo ciertos propósitos de una única especie, la humana, ha dañado en gran medida ese equilibrio constante que se ha buscado a lo largo del Tiempo.

En el juego de los cuatro elementos: tierra, fuego, aire y agua, la geometría sagrada se reparte entre las cuatro esquinas del Universo, entre las cuatro direcciones de la rosa de los vientos, mezclándose una y otra vez para crear interminables combinaciones de sustancias, tantas que han convertido a la Amazonia en el mayor laboratorio del planeta, en el núcleo de vida con mayor biodiversidad de la Tierra. Toda la luz y el sonido del Universo se han dado cita aquí para convertirse, a través de la geometría sagrada, en vida, vida y vida.

El propósito es enorme. En esta tupida red de masa vegetal, que se enlaza sin cesar para preservar el conjunto, se encuentra el mayor catálogo imaginable de remedios para la curación física, mental y espiritual. Aquí es donde se encuentra el misterio en su máxima expresión, los sagrados espíritus que habitan en las plantas, en los árboles, y que nos ofrecen la oportunidad, como gran regalo divino, siendo eso, de abrirnos las puertas de la Luz y del Sonido. Esa espesa red en la que uno puede morir con un mínimo descuido es donde surge el origen de la vida para todos los seres humanos y la capacidad de encontrar las llaves para abrir las puertas de los planos superiores.

Solamente la mezcla de un cipó (liana), el jagube, con la rainha (la hoja de una planta), hace posible el milagro de la ayahuasca, consagrada ceremonialmente como Santo Daime, que hace posible con su ingestión que los buscadores sinceros de la espiritualidad accedan a los niveles más elevados de conciencia, a los reinos astrales que han llegado hasta nosotros como leyendas, mitos y cosmogonías.

Lo que los seres de la naturaleza reclaman, así como los ángeles del cielo, es que experimentemos por nosotros mismos, que no dependamos de jerarquías de seres humanos, pues el acceso al conocimiento debe ser individual, ya que a todos nos es concedido.

La magia de la geometría sagrada se descubre incluso en el interior del propio jagube seccionado, cuando se observa en su interior el diseño perfecto de la estrella de seis puntas.

Esta estrella es un símbolo importantísimo en la doctrina del Santo Daime, y da forma a sus altares, es grabada en las puertas de sus templos, pero todo ello porque responde a la forma sagrada de la manifestación principal de esos reinos creados. Una estrella de seis puntas, un hexagrama, es la estructura de su templo, y en sus seis caras se distribuyen los seres, hombres y mujeres, que con un trabajo de gran disciplina y devoción, de visión sincera de la espiritualidad, y con el coraje y el merecimiento requeridos, surcan las aguas luminosas de todos los colores que conducen a la ciudad de luz, a los primeros peldaños que llevan hacia los niveles de crecimiento constante de eso que simbólicamente llamamos cielo.

Pero ese cielo que me costó toda una vida encontrar verdaderamente, el que vi y en el que estuve, que toqué con mis manos acariciando las estelas, las ondas, las espirales de luz de infinitos matices que lo componen, es un estado interior de conciencia, y en él estaban no sólo los seres que consideramos celestiales, sino aquellos cuya identidad está principalmente vinculada a la Madre Tierra, a la naturaleza en todo su esplendor, como guardianes que son de la misma, habitantes de los mundos intraterrestres, lo que muchos han confundido tantas veces con los mismísimos infiernos, los reinos que se encuentran bajo los árboles y que se extienden dentro de los troncos, a lo largo de las ramas, hasta alcanzar cada una de las hojas y las flores.

Los aspectos grotescos que pueden verse en muchos de estos seres no son más que el resultado de esa diversidad de formas en gran medida relacionadas con la apariencia de las especies del reino vegetal que habitan, como protectores que son de éstas.

En las emanaciones energéticas y en sus múltiples movimientos, viéndolos a gran velocidad, vi el curso de las energías, las espirales y las ondas, y todo fue pura geometría en la visión microscópica de cada planta, del último pedúnculo, de la sedosa textura del pétalo de una flor.

Todo responde a líneas precisas, a un diseño inteligente, a un multicolor trazado de lo más ingenioso que surge de un brillante arquitecto cuya mesa de trabajo es un planeta entero, y más allá de ello un sistema solar, una galaxia, un universo, un Cosmos insondable e inabarcable.

Por extensión de todas esas formas, las ondas, las espirales, el crecimiento ramificado, se extiende a toda la naturaleza del planeta, lo que ha sido copiado hasta la saciedad por los hombres de todas las culturas, que han reflejado la matemática y la geometría celestial en su arquitectura sagrada.

La vibración de las espirales de una liana, como las de una caracola de mar, se manifiesta en un templo sagrado, se perpetúa en el tiempo, incluso después de desaparecer la forma aparente del edificio, porque así es arriba como es abajo, porque en lo más pequeño está lo grande, y en lo más grande está lo pequeño.

Los senderos del astral son bellísimos e interminables. Se presentan como gigantescos cilindros transparentes o de vivos colores, auténticas autopistas por las que gigantescos insectos del astral se mueven sin cesar, y acuden a observar a los intrusos que vienen de otros mundos, pegando sus ojos a los del visitante, para ver cuáles son sus verdaderas intenciones.

En ese otro lugar todo responde al más intenso color, mucho más vivo que cualquiera de los que podemos percibir en la tercera dimensión, en la vida normal y corriente, que desde entonces palidecen en comparación con los otros que se han visto.

Volver a esta otra realidad y descubrir en qué medida utilizamos los grandes símbolos de la humanidad, los que vi en esos reinos de la luz, aplicados a las tareas mundanas de la existencia, como pueden ser la vestimenta, los adornos, la decoración de los hogares o las calles, me hizo comprender que siempre ha existido una filtración constante desde los mundos de la geometría sagrada hacia la densidad física de la vida cotidiana. Pero aquí esos símbolos no tienen la fuerza ni la luminosidad que en el otro lado, porque nos hemos olvidado de su esencia verdadera.

Es realmente aleccionador ver las espirales del infinito, del océano de luz que me envolvía, y luego observar ese mismo símbolo de un colgante en el cuello de una persona. Me indica que anhelamos constantemente aquello que en el mundo de los sueños, de las intuiciones, del deseo, sabemos que existe al otro lado del espejo, el que como Alicia en el país de las maravillas,  a veces atravesamos inconscientemente, olvidándonos de ello cuando regresamos al mundo en el que todo el mundo duerme, el de la ilusión.

Cuando el espíritu sagrado del Santo Daime te conduce al otro lado, compruebas que la estrella de seis puntas, utilizada por religiones, escuelas iniciáticas o prácticas mágicas, es sonido en movimiento, surgiendo de las bocas de quienes entonan himnos. Como tal existe por sí misma, y forma parte de los diseños grabados de los seres que al otro lado muestran vestiduras inmensamente luminosas.

La estrella de seis puntas vuela por los aires, con esa luz blanca de nácar refulgente, como brillo de haz de luna. Es verdaderamente prodigioso ver que estos símbolos están en todas partes, nos envuelven por doquier, aunque la forma en que se mueven, la manera en que se unen unos a otros para dar forma a la realidad que conocemos, sea un absoluto misterio.

Ahora miro al mundo vegetal y ya no puedo verlo con los mismos ojos. Veo en ellos geometría sagrada, sustentada por matemática sagrada, fundamentada a la vez por frecuencia sagrada, luz y sonido, proceso creativo constante de Dios, que por encima de todo es amorosa creación.

Sé que ese reino está habitado al mismo tiempo por seres que las leyendas consideran mágicos, pero también que para la mayoría de los seres del planeta es sustancia pura de la imaginación y de los cuentos de hadas.

Lo esencial es invisible a los ojos, decía el Principito, por eso mismo construimos con geometría deforme y descolorida un mundo que nos encierra en nosotros mismos, nos quita la ilusión, nos separa de las personas que nos rodean y nos niega la capacidad de acceder a aquello que en suma no es más que pura alegría.

El universo es magia, arquitectura sagrada por la que podemos acceder, a través de escaleras interminables, hacia los niveles más elevados.

Yo subí por la liana escalera, que es un ejemplo vivo de la maravilla de la naturaleza, y me senté en uno de sus peldaños, pero también accedí por otros escalones etéreos, hacia lo más profundo de los reinos secretos de una ceiba. Y a su vez vi destruirse una escalera de viejos peldaños ante el soplo de luz de un viento lleno de pequeñas estrellas. No comprendí esa visión, que me dejó perplejo, hasta que poco después me fueron mostradas las escaleras del sonido.

De ahí el gran secreto de las octavas, del profundo misterio de la música, sin duda, y ahora para mí más todavía, la gran demostración de la arquitectura magistral y la sabiduría ancestral del Universo.

Subir, subir, subir, es el gran secreto de la evolución, con inmensa alegría y los brazos abiertos, sin reserva alguna y sin miedo al vacío, del siete al ocho, y una espiral más, del doce al trece, y así eternamente.

Todo lo que buscamos nos fue dicho, hasta la saciedad, en la antigüedad, pero como ahora he comprobado, sólo la experiencia personal nos abre los ojos y nos demuestra qué y quiénes somos.

Con la luz y el sonido me quedo, contemplando lo que hay más arriba, interminable sendero de la gloria de Dios eterno…

Mi paz te doy…

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