Hay un reino entre muchos en el imaginario personal de la más inocente fantasía, más que necesaria para sobrevivir al paso de los días en un mundo que cada vez me parece más absolutamente desquiciado, de gente que se alimenta de sus mentiras en cinco comidas al día, con tantas trampas en el laberinto de las calles que caen como moscas los que creen que quienes nos gobiernan lo hacen para salvarnos, aunque lo mejor que nos podría conceder la vida es el remedio para salvarnos de ellos mismos.

 

Quiero pintar de verde ese reino, porque así se me antoja, porque está hecho a imagen y semejanza de mis ideas, el confortable mundo interior en el que todo se encuentra en armonía, sin alimañas vestidas de ángeles de la guarda, sin depredadores de la conciencia humana que lavan el cerebro de los ciudadanos veinticinco veces seguidas en un informativo. Es tanta la perifolla con la que se reviste la vestimenta de los salvadores de la patria, de los vendedores de humo, de los que abusan de la palabra normalizar para justificar cualquier delito, o lavarlo, como lavan el dinero que se llevan de todo ese trapicheo en el que han convertido el cargo público, el escaño de culo de mal asiento, todos ellos voraces para llevarse el gato el agua, sea llamándolo gato un día, o liebre el otro, o un oso bien grande que está invernando.

 

Por eso prefiero ese mundo del color de la esperanza, que sea para mí la guía cuando camino con zapatos como el resto de los humanos por las vías transitadas de esta tercera dimensión que cada vez me parece más densa, más oscura, más llena de medias verdades, mentiras revestidas de apariencia de verdades y falacias consentidas según sea al interés para perpetuarse en el poder. Pues, al fin y al cabo, para los vendedores de ilusiones, los ciudadanos debemos parecer rebaños de ovejas que balan de día y de noche. Mejor así, un reino de color verde donde refugiarme de vez en cuando ante esta tromba enloquecida de rufianes y mentecatos que no saben ni hablar, pero que se suben a las poltronas y los estrados donde mejor resuenan los cánticos de las sirenas que nos quieren llevar al caos más absoluto.

 

Diseño: Juan Fernández Fajardo.