Hasta es bueno soñar que uno es un pirata que viaja sin rumbo fijo por mares procelosos, alrededor de arrecifes peligrosos y esperando el abordaje de algún galeón, con tal de que sus tripulantes sean estos egrégores insanos que se van creando sin cesar en todas las ciudades, esos fuegos fatuos de las vanidades, de las élites podridas desde la carne a los huesos que no saben que el mundo sufre y pasa hambre, pues los gritos de los desheredados de la Tierra, de los agonizantes, de los masacrados, de las víctimas de hambrunas, plagas y genocidios, no atraviesa las cúpulas acristaladas donde el estiércol adquiere la forma de un cristal Swarovski, un reloj de oro con brillantes y una cuenta corriente con más dinero que los habitantes de cien pueblos abandonados a su suerte.

 

Sería hasta emocionante hundir ese asqueroso barco de los que trafican con diamantes de sangre, que manejan los fondos buitre que arrojan a tanta gente a la más horrible de las miserias y a la calle, los estafadores de guante blanco que se estrujan el cerebro durante toda una vida para que cuando llegue el momento puedan dejar en la ruina a miles de familias, sin oficio ni beneficio.

 

Aunque provocara más cicatrices abordar ese galeón de la muerte sería gozoso prenderle fuego a la bodega con todos sus barriles de pólvora, hacer que se tragaran las velas esas sombras siniestras que manejan con cuerdas de muñeco de titiritero a los que se reúnen en los lujosos santuarios de los petrodólares, planificando meticulosamente la angustia, el miedo y la muerte, de asco o de aburrimiento, de millones de seres humanos.

 

Diseño: Juan Fernández Fajardo.