La fuerza del Misterio surge de lo que parece que no existe y es invisible cuando uno sabe con seguridad que la tiene, si ha recorrido la senda de la luz que nos lleva del corazón del Cielo, al Corazón de la Tierra, y de igual forma en sentido contrario.

De ahí que de pronto uno descubra que puede conocer hasta el lenguaje de las piedras, de la brisa entre los árboles y del musgo húmedo bajo un enebro, porque es la Madre Tierra la que susurra, por amor inquebrantable, a todas las especies que ha dado a luz en su seno.

Las leyes de la física se vienen abajo cuando el prodigio nos deja pasar al horizonte del que sabe de la ensoñación, del vuelo nocturno sin carne ni hueso, allá donde el espíritu es llevado a esos múltiples reinos que eran moradas para Santa Teresa de Jesús.

Y en ese “vivo sin vivir en mí” nace el pálpito de la certeza de un reino de la Luz, Ávalon resquebrajando en mil pedazos lo que parece una quimera, donde los seres mágicos de la naturaleza son tan reales como el vecino del quinto o la anciana que nos vendía las castañas asadas en el duro invierno.

Cuando surge la certeza y uno se arroja de cabeza al vacío de la incertidumbre, el milagro cobra forma y se detiene el peligroso granizo por encima de nuestras cabezas, o surge la lluvia repentina al implorarla para aliviar la sed de los campos que antaño fueron fértiles y ahora van camino de convertirse en desiertos. De ahí que el rayo forjara el nuevo espíritu de los chamanes graniceros, los que conocen el lenguaje de los señores del tiempo, siendo dueños de las tormentas cuando es amor lo que se pretende derramar para que los que tienen hambre no se queden sin la futura cosecha.

Hay puertas que se abren y no tienen pomo, ni cerradura, y no necesitan de más llave que la esperanza y la certeza, la entrega desmedida de una cruel batalla que siempre tiene nuestro espíritu enfrente de nosotros.

En esa batalla florida el suelo que pisamos es de geometría sagrada, y desde los altos torreones de la catedral de los ángeles se nos llama por nuestro nombre, aunque pocos se atreven a pasar por el puente levadizo que se sostiene sobre el foso de las inquietudes.

Hay grandes bibliotecas etéricas donde se guarda todo el conocimiento de la humanidad, y no hay piedra ni madera alguna que sostenga tanta obra en la que el ser humano ha reflejado de incontables formas la sabiduría acumulada desde la oscura noche de los tiempos. Igual que hay espirales sagradas que nos llevan a lugares que son inconcebibles hasta que uno los ve con un ojo que vibra y gira entre ceja y ceja.

En ese tiempo primigenio que se encuentra no hay duda alguna, pues todo se revela, hay un resplandor de esperanza que ilumina la conciencia y se manifiesta la gloria.

Se escucha entonces el vuelo de los ángeles mensajeros, se sabe que no hay muerte verdadera, sino cambio de frecuencia y forma, que todo sigue y sigue en el cauce de la eternidad que a todos nos espera.

La tierra prometida puede surgir más allá de un brumoso horizonte o en la otra punta de la barra de un bar si en ese extremo hay un ángel invisible que nos contempla y nos recuerda.

En cada adoquín que pisamos hay algo que vibra, pues toda materia es energía condensada, pulsación en el origen del tejido de luz de la conciencia de Dios. Cuando se comprende, amas con todas tus fuerzas al colibrí y a la más humilde brizna de hierba, al ser que más te quiere y hasta al enemigo que quisiera dañar para siempre tu vida, pues todo es Dios manifestado, todo es Eterno Presente en un instante. El espejo defectuoso en el que nos reflejábamos se hizo mil añicos y no nos ha dado mala suerte, todo lo contrario, pues nos revela que la única forma de reflejarnos tal como somos es contemplándonos en el Infinito.