Vivir el tiempo prometido

José Antonio Iniesta

Vivir el tiempo prometido de la luz y de la gloria, para no desperdiciar ni una gota de luz de este océano insondable que es la vida, es el propósito del que camina por el encendido sendero del misterio, contemplando las candelas en la noche, los fuegos fatuos del mundo que perece, sabiendo que hay una eternidad que anuncian las luciérnagas con su bendito vuelo luminoso.

Respiro profundamente el aire que se me concede, recuerdo las agrestes montañas habitadas por apus de todos mis viajes, una amapola que se llevó el viento en una tarde de primavera, pero que sigue habitando en el recuerdo de mi memoria. Me queda todo el amor acumulado en tantos años de recorrer tortuosos caminos que en algunas ocasiones me llevaron al precipicio y en otras al algodón en rama de los cielos. Y todo eso fue fructífero y agradecido, pues después de todo, el motivo de venir a este mundo chiquito al verlo desde tan lejos fue siempre experimentar el sentimiento y el latido.

Atesoro el aprendizaje en un cuenco de barro, en una caja de madera, en una llama ardiente de mi alma y en un suspiro desgarrado que surge de mi garganta, porque amo este vivir incesante, este aliento puro de existencia que me conmueve y me hermana con tantos seres de tantas ideologías y razas, de tantos rincones de la Madre Tierra, cuyos brazos se extienden por valles y quebradas, por áridos desiertos y verdes prados de hierba que huele al frescor de la mañana.

A poema llevado por el viento me sabe la existencia, a aroma de miel y zumbido de abeja, a canto de hadas entre la bruma de un bosque de robles y a un mandala luminoso volando por encima de todos y cada uno de los horizontes.

Así que doy gracias por este nuevo día que viene con aire diferente, con ganas de surcar el más intenso de los oleajes con el nombre de Dios entre mis labios, con un manojo de esperanzas que ya han florecido y con un espíritu renovado, como el que tienen los ancianos niños.

Será la vida cuanto modele con mis manos y contemple la mirada limpia del sueño que renace con cada amanecer que me sea concedido.

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