Un paisaje de ensueño. Arrecife de las Sirenas. Cabo de Gata. Almería. 14 de julio de 2021.

José Antonio Iniesta
La pura expresión de la belleza se manifestó ante mis ojos cuando recorrí esa garganta de cantos rodados en una montaña abigarrada de contrastes de colores y salpicada por las plantas y animales submarinos propios de un terreno de antiguos volcanes, avanzadilla del único desierto de Europa, que va devorando en su implacable avance en el tiempo todo cuanto encuentra a su paso.
 
Y allí, al fondo del embarcadero de hierro oxidado, que hincaba sus dientes carcomidos en las aguas transparentes del extremo sur oriental de la península ibérica, contemplé la gloria pura de la naturaleza ancestral, primigenia, de la Madre Tierra.
 
No hay forma de describir tanta belleza salvaje, esa fusión perfecta de antiguas chimeneas volcánicas modeladas por las lenguas del mar embravecido desde la oscura noche de los tiempos, creando islotes que parecen de otro mundo, de una película de ciencia-ficción, paisajes de otra dimensión, donde el magma solidificado se retuerce, es troceado por las olas, abierto en canal, hasta convertirlo en laberinto de siluetas tortuosas, de ensueño o encantamiento, pobladas de algas multicolores e incontables erizos y tomates de mar.
 
Desde la propia orilla de la costa, por el agua, hay que llegar a ese islote de fantasía, como si fuera el escenario natural de una película de King Kong o del planeta de los simios. Allá donde uno mire hay oquedades, surcos agrestes como hojas afiladas de cuchillo, cazoletas, por los que el agua surge y desaparece, o se estanca mansamente, pero siempre transparente, como cristal pulido, de un color azul turquesa que cautiva los sentidos.
 
En esas aguas me sumergí tantas veces que perdí la noción del tiempo, viendo al menos siete especies diferentes de peces que me envolvían por todas partes, que me miraban con curiosidad y casi rozaba con mis manos.
 
Caminé por ese arrecife del misterio, pero también lo hice bajo el agua, surcando a nado los recovecos donde se esconde la fauna y la vegetación marinas, y en muchas ocasiones me adentré en fosas del lecho arenoso en el que me envolvía, como una lluvia plateada, un banco de minúsculos peces que me dejó hipnotizado.
 
Fue un impulso, surgió de repente la idea de entonar un mantra bajo el agua, el aum sagrado, así que me estremeció esa vibración divina que, sin duda, percibían los peces, que aun me miraban más intrigados todavía.
 
El lugar no podía ser más mágico, como de cuento de hadas. Se dice que los piratas que recorrían estas costas, cerca de este arrecife legendario, pasaban de largo, atemorizados, porque creían que estaba habitado por sirenas. Ahora, el sentido común revela que tal vez lo que los piratas de antaño pudieron escuchar fueran los extraños sonidos que emitían las focas monje. Ahora ya no hay focas, tampoco hay sirenas, si es que alguna vez las hubo, más allá del mito y de lo que se considera fantasía, pero el misterio que empaña los ojos y nos lleva a otro mundo sigue intacto, como desde el primer día, y por eso me metí en la hendidura milenaria, vulva sagrada de Gaia, de la chimenea volcánica que corona el islote de lava entre aguas de color azul turquesa. Es una de esas veces en las que he sabido, con todo mi corazón, que había encontrado el paraíso.
 
Fotos: Ulises Iniesta Sánchez.
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