Festividad de San Rafael

José Antonio Iniesta

Hoy nos llega el aroma de las flores de tu trono, porque así nos los recuerda la memoria del paso de los años, aunque este virus que arrasa con la vida y la conciencia nos impida que tu efigie de luz resplandeciente recorra la serpiente retorcida de las calles para llevarte de nuevo hasta el corazón de la ermita donde habitas, entre tantos lugares en los que en el infinito Cosmos resides, y vuelas, y sientes la tortura a la que ahora se somete el alma humana.

Hay dolor por una celebración partida, quebrada a trozos por esta inquietud sin precedentes ante esta plaga mortal que nos somete, que nos mantiene cautivos en nuestras casas y dentro de nosotros mismos, escondidos a medias detrás de cada mascarilla.

Qué tiempos aquellos en los que, con el rostro descubierto, respirando el aire limpio de nuestro recinto medieval, te cantábamos al unísono y el estruendo de las cornetas y el redoble de los tambores te acompañaban mientras te llevaban en andas, enfilando ese Rabal de tantos tiempos gloriosos, de tantos momentos inolvidables, de tantas fiestas saludables.

Qué tiempos aquellos de abrir las puertas de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción para que resurgieras, una vez más, victorioso, con el símbolo de la derrota de todos esos seres oscuros que pueblan la galaxia y los recintos más intrincados de los barrios del mundo entero.

Cuánto amor en nuestros ojos, reflejando esa alegría de verte llevado en andas escalones abajo, cruzando la plaza y pasando al lado de la farola, para seguir el derrotero de siempre hasta ir escalando, poco a poco, la cima ensoñadora que nos vio nacer a tantos de nosotros, hellineros y al mismo tiempo vecinos eternos del barrio de San Rafael, de la antigua judería, de ese templo pequeño y encantador, grandioso entre los grandes, en cuya fachada se apoyaban antaño las varas de los carros, tiempos aquellos de juegos entre las piedras que sustentaban la vieja ermita de los siglos pasados, aferrándose a las raíces de esta tierra con el paso de los años.

Hay dolor, pero también montones de versos enamorados, canciones repetidas en silencio y miradas cautivadas por esa mirada de niño protector de un pueblo entero, acongojado, pero resistiendo…

Será la tristeza la que hoy nos envuelva, por no poder vitorear tu nombre llegando desde la calle Cristo hasta la calle Virgen, pero no hay menos candor y mansedumbre en los corazones. No merma para nada este cariño ante lo inaprensible, lo que es invisible y celestial, pero tan real como la piedra y la tierra de cada una de las paredes del viejo barrio que ha soportado los vaivenes de tantos quebrantos del espíritu, tantos males, tantos sueños dominados por las pesadillas y penuria amortiguada a fuerza de trabajar para llenar los estómagos de los que pasaban hambre.

Sigue estando en nuestro amor ese silencio interminable, ese nudo en la garganta al verte recorrer el arrabal de los tiempos inolvidables que fueron, pero que seguirán siendo para siempre, el Rabal que guardó la imagen de San Sebastián, que luego habría de estar contigo hasta desaparecer para siempre en tiempos de guerra, en aquella oleada de miedo y odio que segó la vida de tantos españoles, hermanos contra hermanos, vecinos enfrentados a los vecinos, provincia tras provincia, diezmadas por ese legado de Caín que todavía habita en tantos corazones. Menos mal que, a tu lado, se salvó “El Niño de la bola”.

Flores para ti, de todos los colores, bendito San Rafael, arcángel, luz y amigo para siempre, eterno compañero del tránsito inacabable, hasta que acaba, de cada existencia de los seres de este pueblo que tanto te aman. ¿Cómo no amar tu vuelo imaginado? ¿Cómo no sentir tu protección imperturbable? Ha venido este viento malo de la ira del destino, este desafío tal vez para que entendamos la caducidad de la carne, lo pasajera que es la vida camino de la muerte. Pero a buen seguro que hay semillas que surgen del alma a cada instante, una siembra interminable que tal vez en el futuro nos ofrezca la cosecha de una salvación para tantos que ahora temen perder la vida. Viene un ramillete de esperanzas de tu pulso sereno, empuñando una espada que siempre sugiere un misterio. Nos llega sin cesar ese aliento de lo divino que nos permite superar cualquier adversidad, por dura que sea, sabiendo que Dios nos sigue esperando al otro lado de cualquier esquina, aunque sea en el más lejano rincón del Firmamento.

Un beso para ti, entrañable y eterno, desde lo más silencioso del alma en este día en el que el dolor se hace más intenso si cabe, sabiendo que la pandemia nos acecha, que no son como quisiéramos las celebraciones por tu fiesta, y que encima, para más tortura de los sentimientos, mi querido primo hermano, José González Iniesta, por si no era poco el sufrimiento, nos deja y se va contigo ahora a lo más profundo del Cielo. Dios lo tiene ya en la gloria, cúbrelo tú con el providencial manto de los ángeles. No sé, a veces, cómo la mente y cuanto somos aguanta tanto alambre de espino rasgando la carne, tanto dolor de dientes apretados. Tal vez será porque Dios es infinito amor y te envía a ti para que nos abraces con pura luz para que no acabemos cayendo por el interminable abismo.

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