Desgarro del alma

José Antonio Iniesta

Siempre hay algún que otro desgarro del alma, que duele como para escocer hasta que uno se muera, heridas que no cauteriza el paso del tiempo y que no se pueden coser con aguja e hilo, que sangran los días pares y hasta los impares, una llaga invisible que duele de forma inexpresable y que provoca esa náusea constante de la amargura, cuando uno se siente como si estuviera muerto en vida. Pero hay un soplo de sutil existencia en la forma manifestada de un loto de misterio flotando en el estanque de ese espíritu que siempre nos reclama, que conoce nuestro nombre, porque es la pura esencia de nosotros mismos que nos acompaña desde que llegamos a este mundo.

Y no queda más que aferrarse a la certeza de que hay algo hermoso, luminoso y eterno que nos ha guiado desde el principio de los días, sin dejarnos de la mano, hasta que llegue el día marcado en el libro que tiene la última página en blanco y por fin regresemos al verdadero hogar al que pertenecemos: un reino de los cielos donde la luz dibuja los paisajes más hermosos que alguien pueda imaginar antes de haberlos recuperado de nuevo.

Se vuelve pesaroso el paso entre tanta aliaga de los quebrantos de la vida, y más cuando se han cruzado tantos horizontes para regresar siempre al mismo lado, al bucle agotador de experimentar constantemente un desafío tras otro. Y, aun así, hay sueños guardados en el fondo de los bolsillos que habrá que hacer que se cumplan, para que Dios pueda saber que los niños traviesos en los que nos hemos convertido, también hemos hecho algo más que romper trastos a diestro y a siniestro, que alguna vez sembramos un poema en un jardín y llegamos a convertir una rosa en un delirio para nuestros sentidos.

Será hermoso y necesario decirle que un día se nos llenaron los ojos de lágrimas escuchando la música de “Pavana para una infanta difunta», de Ravel, que encendimos sonrisas cuando pudimos en unos cuantos niños que encontramos a nuestro paso y que, en ocasiones, nos pusimos a hablar con los gatos y los perros porque nos dimos cuenta de que era imposible hacerlo con los seres humanos.

Vendrán tiempos mejores en la gloria, entre nubes de algodón en rama, donde a buen seguro se recostarán miríadas de querubines, bellos y juguetones. Será un tiempo apropiado para dormir mil años y tener los más felices sueños, sabiendo que allí no existe el tiempo y el espacio. Se habrán quedado lejos las vanas ilusiones, los falsos espejismos, las ansias de interpretar papeles de teatro y de hacer trapecismo sin red en un circo de tres al cuarto. No habrá más que una llama eterna ardiendo en todo nuestro cuerpo de luz, que será el único y verdadero equipaje que nos llevemos, el mismo con el que llegamos cuando nacimos. Será el momento adecuado para ser feliz en el regazo de Dios Padre-Madre, tan firme como dulce, de eterno día y luminosa noche, de fuego y agua al mismo tiempo en el más cálido y amoroso de los abrazos. 

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